Dormí a la una, home office le llaman, despierto, las dos, los pensamientos no me dejan, merodean, me atormentan, las noticias angustian, las evito, recuerdo buscar los noticieros como cafeína, hoy ya no, no recuerdo las noches de los últimos días, pero hoy escucho monologo sigiloso, silencioso e ineludible. Parece un castigo que mi sentido auditivo se abriera de más: oí un insecto, un grillo, varios, le sigue una besucona, después música electrónica; motores de carros a lo lejos, el ruido de unas hélices, la sirena, ambulancias; el ruido que emite el helicóptero se desvanece. Las tres, mi vecino vocifera, y exige el pase de entrada a su madre.
Doy mas vueltas, y no logro encontrar una posición de descanso, los pies me punzan y el dolor no me deja descansar, son las cuatro. Escucho a lo lejos una conversación de los vecinos que viven a espaldas, además de los aparatos electrodomésticos, mi respiración resulta musical; algo se filtró a mi sentido anestesiado y lo abrió con un cincel. Cada ruido se incrementa, como en alta definición; los grillos… siguen ahí, acompañándome, atormentándome; la sirena otra vez; pésima sinfonía personalizada, 4:30 a.m., comienzan a despertar los primeros pájaros del día en los Fucus plantados hace treinta años afuera de casa, escucho cimbrar el vidrio de la puerta principal, hoy, hasta el viento, amigo de mi sentido sensorial, decidió castigarme. 5:00 a.m., se escucha intensamente el despertar de cientos de pájaros, parece como si se pudieran comunicar conmigo. Pronto serán las seis de la mañana y por fin pude conciliar un poco de sueño, las 7:58 a.m., Despierto, me hablan, no logro reconocer a nadie, y no recuerdo nada aún.